Amo la psicología

Si, así es. Amo la psicología. Me parece una práctica que nos permite explorar los caminos internos previsiblemente infinitos. Lo elegí como camino de vida, como profesión en un intento de conocerme a mi mismo y conocer las dinámicas que nos hacen ser como somos. En esta exploración encontré alivio, dudas, dolor, euforia, placer, angustia, miedo, que fui procesando como bien pude en cada momento, pero me dejé contaminar de aquellos que se entregaron a la investigación del Ser, a los que admiro profundamente por su dedicación.

No amo la psicología solamente por un entramado de causalidades que me hicieron llegar a esta profesión sino por creer que es, posiblemente, de las pocas herramientas que realmente pueden aportar luz sobre las necesidades inmediatas que permitan un mundo mejor. Y creo que es así no tanto porque alguien lo ordene un día, o la educación lo entienda un día, o la Diosa economía se confiesa incapaz de gestionar el mundo, o porque a la política le da un ataque de humildad que la haga escuchar a profesores, filósofos, psicólogos, maestros, neuropsicólogos e  investigadores de diferentes ámbitos. No creo que sea por ahí. Esto significaría lo mismo que quedarse esperando que aquellos que en algún momento nos hicieron daño, nos pidiesen perdón. Raramente ocurre.

Creo que es un herramienta de gran potencial por la capacidad de nutrir nuestra experiencia. Porque la vida es experiencia. En lo más básico, la vida, es la experiencia inmediata con nuestro cuerpo y con el mundo de fuera, un constante contacto con lo que es. A partir de aquí, lo que podemos hacer sobre la experiencia que tenemos, es inundarla de nuestra historia, memoria, entendimientos y comprensiones. Y digo hacer porque realmente poco hacemos, más bien somos receptores pasivos de las gafas con las que vemos el mundo y a nosotros mismos.

Es la psicología la que puede guiar el camino para convertirnos en actores activos de nuestra experiencia, de ser lo suficientemente activos para quitar y poner las gafas en cada momento. Para ello hace falta darse cuenta de que llevamos esas gafas. Esto lo que llamamos consciencia.

Parece que existe una distancia insalvable entre lo que somos y el valor que nos damos. La buena noticia es que no es insalvable, y es la psicología la que puede ayudar a reducir esta distancia a través de un proceso intenso y delicado de autoconocimiento, de cuestionamiento, confrontación, acogimiento y acompañamiento cercano de la experiencia que vive cada uno de los que se sientan delante de mi en la consulta.

Pero, guiado por aquellos con los que aprendo, adecuar el mundo a las necesidades del ser humano, desde que está en el útero hasta que se muere, nos hace plantear un millón de cambios y de verdades con las que convivimos:

  • la sociedad nos viola física, mental y emocionalmente,
  • la familia es el primer lugar donde, con el fin de sobrevivir, nos tenemos que falsear
  • la educación está para subdesarrollarnos,
  • colocar las cosas del mundo en bien o mal, correcto o incorrecto, restringe nuestro potencial,
  • en función de lo que conocemos al día de hoy, el sistema judicial y legislativo debería ser destruido por su comprobada incapacidad para revertir el proceso destructivo de la sociedad en general,
  • la televisión es falsa, llena de agresión a las que ya estamos insensibilizados,
  • la religión nos separa así como la política, el deporte o la arquitectura,
  • no somos culpables ni nadie es culpable de lo que nos ocurrió, sino que lo que fue ya pasó y comprenderlo de forma compasiva es la salida,
  • etc…

Demasiado grande se pone la cosa. ¿Entonces que queda? ¿Quejarse? Si, puede servir por un tiempo pero la verdad es que aporta muy poco constructivamente. ¿Volvernos adictos con drogas, televisión, poder, compras, imagen, etc.? Parece que son cosas que nos hacen andar en círculos como animales hambrientos sin tener nunca suficiente, pueden valer por un tiempo pero tapan una realidad más profunda y humana.

Una frase de un maestro del que no recuerdo el nombre dice:

«Solo cuando la compasión está presente, la persona se permite ver la verdad.»

Esta es la labor de la psicología y de todas las profesiones de ayuda. La de poder ver con compasión, con comprensión, escuchando la forma como entiende el mundo. Y ahí poder ayudar a ver lo que hay detrás, que es eso que nubla mirar el mundo como realmente es y que nubla la capacidad de experimentar todo lo que uno es.

Es este acompañamiento el que nos puede abrir la puerta por donde entre la luz para que cada uno – en su vida, en los gestos que realiza hacia otros cada día, en las palabras que emplea hacia el otro o hacia si mismo – haga de su vida un lugar mejor.

CONTINUARÁ…

 

 

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