La dificultad normalizada

Nos acostumbramos al dolor que sentimos y el sufrimiento se hace crónico. Y podemos seguir así toda una vida. Tirando para adelante.

carretera

Esto es algo que he podido comprobar en mi piel. Saber claramente que algo no estaba en su lugar, algo me estaba impidiendo de ser más honesto o verdadero y seguir adelante, no parar porque la resolución del problema estaba allá, más adelante en el tiempo, así que había que seguir adelante. Años después me daba cuenta y me preguntaba ¿como era posible que no hubiese pedido ayuda? Primero porque creo que me había acostumbrado al sufrimiento, a organizar mi vida en función de las dificultades que sentía y a no confiar que otras posibilidades estaban presentes delante de mis ojos. Frustración, ansiedad y dolor se hicieron compañeros de vida en aquel entonces.

¿Qué fue entonces lo que produjo el cambio?

Sin duda haber sido acompañado e instruido sobre la imperiosa necesidad de parar. Más que tirar para adelante, lo que se hizo evidente fue la necesidad de parar. Y esta puede que sea una de las labores principales de los que nos entregamos a un trabajo de ayuda – proporcionar un espacio donde hay y se cultiva la seguridad para parar.

Creo que este acto de detenernos conscientemente para observar sin juicio donde estamos, lo que hacemos y lo que realmente queremos, es de por si sanador. Es un acto meditativo a través del cual nos permitimos dar espacio a lo que surge. Tanto si es parálisis, ansiedad, miedo, risa, grito, expansión o contracción, damos lugar a que tenga su espacio.

En psicología Gestalt, Fritz Perls hablaba de la autorregulación organísmica. Con este término se refería a que si uno para de hacer y hacer, el cuerpo por si mismo encuentra la forma de regularse, de reequilibrarse. Decía “está atento a todo lo que te pase y no frenes nada de lo que surge. Deja que tu espontaneidad brote sin frenos”. Se trata de recuperar la sabiduría instintiva del cuerpo que somos y que se encuentra de alguna manera encerrada ante todo lo que creemos que es correcto, lo que debe ser, las normas, lo correcto y lo educado. Curioso que tantas veces lo educado es no ser honesto.

Nos volvemos dependientes de todas estas ideas, apariencias, conceptos e incluso personas, creyendo que no somos capaces de hacerlo de otra forma. Nos atascamos y vamos reduciendo nuestras posibilidades de desarrollo, aprendizaje y crecimiento por haber leído un libro que dice tal cosa, por miedo a lo que pueda ocurrir si dejamos de hacer lo que llevamos haciendo años. En definitiva nos entregamos a lo de fuera para que comande nuestra vida.

Parece que la gran dificultad es la de escucharnos verdaderamente y actuar en función de lo que sentimos o necesitamos. Cuando esto ocurre en terapia puedo observar como la persona se expande e incluso los síntomas más graves de ansiedad, depresión, adicciones o trastornos de alimentación cobran una nueva perspectiva. Y no se puede tener perspectiva si uno no se para para ver. Cuando esto ocurre, observar un mapa más completo de la situación, permite clarificar por ejemplo, que los ataques de ansiedad de una hija están debidos en gran medida a la rigidez de la educación y que produce un miedo incontrolable e inconsciente. La respuesta más común es la medicación independientemente de si se tiene 12 o 40 años o de la situación que atraviesa la persona. Y no es que tenga nada en contra de la medicación. Creo que pueden ser de buena ayuda en determinadas situaciones e incluso necesaria. Y creo que cada uno debe decidir como quiere afrontar la situación que tiene entre manos. Otra cosa es cuestionar si la necesidad inmediata de medicación está debida a una incapacidad de la sociedad de tolerar y acompañar la dificultad de una persona por lo que es más socialmente aceptable que deje de sentir y sentirse a que exprese su rabia. Un artículo que lo expresa claramente lo podéis leer aquí – «Colgados de los Ansiolíticos«

Como canta Ben Harper “welcome to the cruel world…”.

Lo que si es real es que delante de nosotros existen al día de hoy muchas formas de ayuda, profesionales conscientes de su labor, técnicas y formas múltiples para favorecer el lado humano que cada uno tenemos y, al final, poder sentirnos merecedores de vivir una vida rica, plena y autentica. Una decisión que cabe a cada uno tomarla.

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