¿Y si sintiéramos la Vida como un Dios? ¿Y si en un acto de fe consciente depositaramos en ella la sabiduria de un ser superior?
¿Como sería?
Es demás escuchada la frase de entregarse a la vida. Lo entiendo como un entregarse en el que uno no solamente asume un lugar pasivo ante lo que ocurre, ni tampoco como un acto de valentía para entregarse a lo desconocido. Y al mismo tiempo ser estas dos cosas – el no hacer y la valentía – por confiar e inclinarse ante la inmensidad de la Vida, en todo lo que ha creado, en toda la belleza que permite observar a los ojos atentos.
El no hacer tal y como es considerado en meditación. Cultivar nuestra capacidad para frenar nuestro hacer contínuo, inconsciente, frenético, buscando soluciones y planificando el siguiente paso para conseguir algo o para evitar algo. Este control sobre la vida, las situaciones, las emociones, es un trabajo árduo, cansado y en el que es difícil permanecer sanamente y conscientemente durante una vida entera. El no hacer acalla el intelecto para dar lugar a otra forma de inteligencia que está ya presente en cada uno de nosotros y que nos acerca a un estado en el que intuitivamente sabemos que es importante para nosotros en nuestro proceso de vida.
Tomar la Vida como un Dios, sería como entregarse de forma total a una colectividad, a una orden, sin que ello negase el lugar de cada uno como ser unico y sagrado, porque sabemos que es importante, porque sabemos que lo merecemos. Si no fuese así ¿para qué nos crearía la Vida? ¿Cuál sería su intención si no es para colaborar con ella? Desde una perspectiva más individual, ¿cuál sería su intención si no es para que uno pueda colaborar consigo mismo en la creación de su vida, que en ultima instancia no es de uno, sino que pertenece a la gran creadora que es la Vida?
Tal vez la valentía no sirviese más que para ayudar a que uno confiase más en lo que siente, en lo que sabe y que es algo que viene de un lugar tan real, verdadero y honesto que, por impulso, se sigue. Como si uno desapareciese y entregase su mando, su ser, a la vida, por confiar en ella como en un Dios, por confiar que está ofreciéndo todo el tiempo lo que necesitamos. Sería como sentir que unos padres conscientes nos dan protección, cariño, nos tienen en cuenta y nos escuchan, nos miran como alguién de valor e importante.
¿Como sería si dibujasemos en la Vida esos ojos amorosos que respetan el lugar sano de cada uno?
Y no trato de hacer con esto una reflexión superficial de lo bueno que sería todo si fuese así. Porque, de ser así, habría que aceptar de ese Dios todo. Absolutamente TODO. De la vida, aceptar la alegría y el dolor, la abundancia y la carencia, la construcción y la destrucción, la pasión y la frustración, el cuerpo y la mente, lo posible y lo imposible. Y de la vida también aceptar la muerte que también hace parte. Aceptar que no somos eternos y que en este planeta flotando estamos un tiempo finito.
Aceptar sin querer controlar solo lo que a uno le conviene. Porque tanto nosotros como la vida tenemos de todo. Y es el estar en contacto con ese todo lo que nos completa y nos hace humanos.
Me ha encantado Alberto…confiar en la vida…en Dios, es ese Dios que somos todos…aunque nos cueste verlo.
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Gracias por comentar Ines. Este es el Dios que está todos los días con nosotros…o nosotros con él…
Un gran abrazo
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